lunes, 26 de marzo de 2012

El telefonema

      -Es mejor que te acuestes, no me esperes, por lo que veo es imposible que llegue a una hora decente, en cuanto pueda me escapo y me voy directamente a mi casa, ya mañana te cuento todo con detalle, aunque es posible que veas fotos en los periódicos, ha sido muy bonito, incluso tengo que reconocer que me he emocionado un poco, saben organizar las cosas en este ayuntamiento, se ve que tienen experiencia de muchos años, respetan a los poetas, es más de lo que se puede decir de la mayoría de las administraciones públicas de este país, el caso es que me han enredado y aquí sigo, después de la comida un café, después un paseo hasta el museo municipal, con su arqueología y su poquito de escultura surrealista, otro café, visita a los parques y jardines por donde solía escribir D. Ulpiano, ya sabes, el eminente autor de sonetos en cuya memoria se celebra este certamen, merienda en casa de la viuda del poeta, imagínatelo, mi fase tartamuda tratando de consolar a la pobre señora, que debe de ser una santa pero en todo caso no se entera muy bien de lo que está pasando o a lo mejor sí se entera y ni siquiera es tan santa pero aprovecha estas visitas para montar su número anual de la doliente incosolable, menos mal que la cosa no duró más allá de cuarenta y cinco minutos, suficientes, eso sí, para inspirarme en un par de diplomas que había en su salón y que algún día me darán para un relato breve intenso, quizá para un poema narrativo de esos que se llevan tanto ahora, aún no lo he decidido, el caso es que luego fuimos a otro café y comenzaron a llegar artistas, un par de pintores locales, un novelista que vive en Madrid pero pasa largas temporadas en el pueblo, lo típico, la gente de la cultura que quiere saludar al ganador de este año, y aquí estamos todavía, en la tertulia, todos alaban mi buen oído y me recomiendan que contrate agente, en estos tiempos ningún escritor puede aspirar a ser conocido si no es por una buena agencia literaria que lo represente y le ayude a que su obra circule entre críticos y revistas especializadas, un horror, lo reconozco, es una manera vil de claudicar ante el capitalismo imperante, no creas que no soy consciente de lo que supone, una renuncia, un contrato de compraventa en verso, una rendición de once sílabas en rima asonante, la más baja de las inmoralidades, pero debería pensarlo, no son tan caros como imaginaba los agentes, el de Madrid dice que me puede presentar al suyo, debe de ser muy bueno, conoce personalmente a Pérez Reverte y alguna vez ha comido en casa de Chus Visor, ya, no me vendo, no lo necesito, tengo mi puesto de trabajo y mi dignidad, por cierto ya hablaré con tu padre de lo de la imagen de Dimas, no estoy enfadado pero creo que las cosas se pueden hacer de otra manera, en fin, te voy a dejar, mañana hablamos y te cuento, que duermas bien, no te preocupes. ¿La concejala? Un verdadero encanto, se llama Leticia, una persona con sensibilidad, ojalá fueran así todos los representantes públicos.

lunes, 19 de marzo de 2012

Los resplandores

      Lástima que la fotografía digital haya acabado con ese ritual hermoso de la fama breve, la gloria fugaz del poeta que se somete a los sucesivos resplandores de media docena de fotógrafos, todos ellos ignorantes de su obra y desconocedores de la perfección silábica y rítmica de los versos, del mismo modo que el autor premiado no sabe nada de los contratos indignos a que se ven sometidos los que ahora procuran el mejor encuadre y aprietan con insistencia el botón de acción, preocupados en llegar a tiempo a la siguiente rueda de prensa o concentración vecinal o manifestación o suicidio o convocatoria o boda o partido de fútbol. Lástima, decíamos, que ya no se estile el flash y el homenajeado no se vea en la obligación de cerrar los ojos, de protegerse con las manos a modo de visera, de convertir la sonrisa en mueca. Y lástima, en este caso, que el alcalde del Cúbico de los Molares sea tan inmenso que cualquiera que se retrate a su lado quede inmediatamente disminuido y enclenque, ridículo en su lírica, absurdo en su subgénero.
      Suerte, en cambio, que el trasiego municipal y su sucesión de secretarios, acreedores y aspirantes a la concejalía de urbanismo, no permita el necesario e inmerecido descanso para el citado alcalde, que rodea con sus gigantescos brazos al poeta Valín, le reitera las enhorabuenas en un apretón de manos bélico y desigual, le palmea con rudeza en la espalda animándole a nuevas gestas literarias y finalmente se despide, argumentando que le aguarda un durísimo y agrio almuerzo con varios constructores de la provincia, algunos de los cuales, sospecha, intentarán sobornarlo, un escándalo al que no dirá ni sí ni no ni todo lo contrario, como es lógico en un representante del pueblo al que, más que la moral o la anticuada honra, mueven el pragmatismo y la necesidad de aceras y farolas y parques con columpios debidamente homologados para que ningún niño del lugar se infecte y finalmente deba ser sometido a una tristísima amputación que le impida, por ejemplo, el ejercicio de la esgrima.
      E inmensa fortuna que la concejala de Cultura, en la que seguramente se ha reencarnado alguna famosa actriz norteamericana de los años setenta, sin que ninguna de las dos, ni la encarnada ni la encarnadora, sepa de tan fantástica confluencia, disponga de toda la tarde libre y no encuentre en su agenda otro plan que no sea proseguir el homenaje y acompañar al premiado Norberto al mejor restaurante de la localidad, invitarlo allí al más exquisito menú y a los más reveladores vinos, siempre a cargo de la tarjeta de crédito municipal, y conducirlo luego en coche particular al afamado Mirador Solariego del Castillo de San Eduardo, desde donde se contemplan magníficos crepúsculos y muchos poetas caen rendidos y enamorados ante el encanto casi adolescente de las concejalas de Cultura, sin que importe mucho que en algún interregno imprevisto suene el teléfono móvil y sea la novia oficial, la gran Margarita, y sea menester decirle que el acto literario continúa y no es posible prever hora de finalización.

lunes, 12 de marzo de 2012

La hipnosis

      ¿Quién se lo iba a decir? Tantos años escribiendo, buscando la rima turbia y la sonoridad exacta, tantas veces agitando la cabeza ante el espejo para conseguir que por fin salgan de ella todas las prosas del día a día, los recibos de la luz, las siete de la mañana, el tránsito intestinal y la parálisis ciudadana, tantos esfuerzos para trascender a un espacio más sublime y ser solo poeta, definitivamente poeta, ontológicamente poeta, y de pronto llega una concejala y Norberto Valín entra en éxtasis, como si nunca antes hubiera estado ante una manifestación tan perfecta y acabada de la esencia femenina. Ahora sí, piensa Valín, ahora puede decir que se siente digno del premio que le van a entregar y de muchos otros que vendrán después. Ahora sabe que las generaciones futuras, esas que aún aguardan en los descampados para ser engendradas, conocerán de memoria sus versos y los recitarán en las fiestas escolares. Ahora se da cuenta de que todo lo anterior ha sido ensayo para este momento glorioso. Y ahora siente un nerviosismo fiero cuando Leticia se le acerca risueña y le da dos besos, uno en cada mejilla, con absoluta y municipal sonrisa.
      -Enhorabuena, de verdad, me ha encantado. Sabes que las bases del premio me impiden votar, pero te aseguro que me he tenido que morder la lengua para no intervenir en las deliberaciones del jurado. Yo tuve clarísimo desde la primera votación que el mejor poemario era el tuyo, tan fresco, tan original, tan urbano. Había otros que no estaban mal, claro, demasiado costumbristas y previsibles para mi gusto, bien escritos, con cierta habilidad formal, pero tampoco se trata de repetir siempre lo mismo, ¿no crees? Oye, pero ven conmigo, siéntate, podemos esperar aquí mientras el alcalde soluciona unos asuntillos y van llegando los invitados. Cuéntame, cuéntame, estoy deseando saber cosas de ti, ¿has publicado más libros? Que sepas que nosotros vamos a hacer todo lo posible para que salga una edición bien hermosa. Te consultaremos sobre las ilustraciones, eso dalo por hecho, y haremos llegar ejemplares a todas las bibliotecas de la provincia.
      Vista de cerca, la concejala parece un torbellino de felicidad. Sus cabellos son dorados, aunque el color de las cejas conserva un negro feroz y telúrico. La nariz, pequeña y sinuosa, no quiere restar protagonismo a unos labios rotundos, prometedores. Más que ninguna otra cosa, llama la atención de Valín la perfección dental, la cordialidad explosiva, los círculos que dibuja en el aire con su mano derecha la representante del ayuntamiento, los movimientos de tórax, tan enérgicos y decididos que cualquier ciudadano censado en El Cúbico de los Molares tiene por fuerza que sentirse optimista.
      -Te diré que, ahora que te conozco, no voy a permitir que te escapes tan fácilmente. Me gustaría proponerte que colaboraras con nosotros. Somos un municipio pequeño, pero tenemos grandes proyectos culturales para el futuro. Nos gustaría organizar una semana internacional de literatura contemporánea y esperamos que nos ayudes con el programa. Te parecerá un atraco a mano armada, pero no siempre tiene una la ocasión de estar en compañía de un poeta tan excelente. Oye, seguro que nos puedes ayudar a traer a Javier Marías, seguro que lo conoces personalmente y todo. ¿Crees que le interesaría venir a dar una conferencia?
      -Trataré de convencerlo -responde Valín, enamorado, quebradizo e infiel.

lunes, 5 de marzo de 2012

La entrega

      Parece un gigante antiguo, una estatua bombardeada y mal reconstruida, con salientes que no encajan con el modelo original. Sus mofletes morados dan la impresión de estar a punto de estallar, en cualquier momento sus interlocutores quedarán manchados de la sangre negra que desprenda la onda expansiva. Como preámbulo o aviso, suelta pequeños proyectiles de saliva, toda su prosa es un escupitajo permanente y nauseabundo. Sí, produce asco, quizá es esa su característica primordial. No se entiende cómo un individuo así ha logrado revalidar la mayoría absoluta en cuatro mandatos consecutivos. El pueblo no se equivoca, decía la canción. O sí, piensa Norberto Valín mientras estrecha la mano del señor alcalde del Excelentísimo Ayuntamiento de El Cúbico de los Molares.
      -Enhorabuena, querido amigo, mi más cordial felicitación -proclama el munícipe, con una sonrisa que resalta las asimetrías y los excesos de su rostro.
      -Muchas gracias -responde Valín, un poco emocionado, también avergonzado de sentir emoción, también incómodo de sentir vergüenza, también cansado de sentir incomodidad.
      -Antes de nada, le confesaré una cosa -sigue el alcalde-, para que nadie se sorprenda ni se escandalice: yo soy un bruto, querido amigo, un asno total. Los vecinos me votan porque las alcantarillas funcionan y tenemos aceras por las que caminar. Pero en otros aspectos de la vida soy un absoluto ignorante, lo reconozco. Así que no voy a fingir ante usted: ni leo poesía ni me gusta ni sé cuáles son sus méritos. Lo que no quiere decir que los ponga en duda, al contrario, mi confianza en el jurado es plena y estoy seguro de que si está usted aquí es porque merece el honor, el cheque y el diploma conmemorativo que le entregaré dentro de unos minutos.
      Valín duda antes de responder. Puede irse por los cerros retóricos y anunciar que la poesía es un eterno misterio, no solo para los alcaldes sino para el común de la ciudadanía; o puede agradecer la entereza del regidor y proponerle algunas lecturas iniciáticas, ya se sabe, esas que le gustan a todo el mundo, un poquito de Machado, algunas cosillas convenientemente seleccionadas de Bécquer o Quevedo, sin desdeñar por ello lo contemporáneo. ¿Acaso no le gusta Benedetti a todo el mundo, sin ir más lejos? ¿No son bonitos y fáciles de entender aquellos versos suyos de la táctica y la estrategia y del leñador y los árboles? Sucede, como casi siempre, que la duda se prolonga más de la cuenta y todavía Norberto no ha abierto la boca. Mientras tanto, el salón de plenos se ha ido llenando de concejales, una docena de jubilados ociosos y un par de fotógrafos. La prensa provincial suele ser muy generosa con los acontecimientos culturales.
      -En fin, querido amigo, vayamos tomando asiento. Tengo entendido que trabaja usted en el Ateneo Liberal, ¿es cierto?
      -Así es.
      -Entonces, si es tan amable, haga llegar mis saludos al presidente, el señor Fernández. Hace años que nos une una sólida enemistad. Me ha llamado fascista más de una vez y yo considero que él es un ejemplo perfecto de parásito social, el típico subvencionado faltón... En fin, no me haga caso. Hoy estamos aquí por un motivo jubiloso. Mire, le presento a Leticia, nuestra Concejala de Cultura y Deportes. ¿A que es una preciosidad?

lunes, 27 de febrero de 2012

El reproche

      -Tu padre lo sabía, estoy seguro de ello. Todo ha sido un plan perfectamente diseñado, debería haberme dado cuenta desde el principio. No sé ni cómo me sometí a esta absurda carnavalada. Si ya me dice el señor Fernández que me limite a abrazar los principios libertarios y no me fíe de nadie. Qué vergüenza, a mis años...
      Norberto Valín ensaya una y otra vez el discurso con el que piensa sorprender a su novia, Margarita del Casar, en cuanto la tenga delante, pero no logra concentrarse. Se lo impiden el frío, del que no logra evadirse a pesar de la manta eléctrica con la que envuelve su cuerpo, y la escasa longitud de las piernas del pijama, un incordio del que no sabe muy bien a quién culpar, tal vez a sí mismo. También la indignación, malva y rugosa, enturbia su pensamiento. Se siente humillado, aterido y feroz, todo a un tiempo y en orden variable. Ha pasado dos horas desnudo (en realidad, con su slip negro de dragón verde) delante de un anciano que no dejaba de hablar mientras palpaba con evidente deleite su cuerpo cuarentón y administrativo. Después de la primera hora de exploración, Valín comenzó a sospechar que no eran el artístico ni el científico los únicos propósitos que guiaban las suaves manos de Cecilio Nanclares. Y fue en ese momento, en que lo normal hubiera sido rebelarse y levantar el puño en señal de justa ira, cuando Norberto notó en su pecho con granos los primeros avisos de la sospecha.
      -Todo el mundo conoce a tu padre y tu padre conoce a todo el mundo. ¿Cómo no iba a saber uno de los principales responsables de las procesiones de Semana Santa que la técnica de trabajo del viejo Nanclares se basa en una sesión manual que ni siquiera pasa por alto los pliegues más recónditos del inocente modelo?
      Sí, eso le diría a Margarita en cuanto la viese. Pinchaba en hueso su novia si pensaba que no había peligro de incendio bajo el aterciopelado manto del hacedor de versos. Pues no, nada más lejos de la verdad. Aún estremecido de frío pero ya rojo de rencor, Norberto creía oír las carcajadas del patriarca Del Casar y sus hijos, todos ellos amputados y fieros, llorosos los ojos al evocar la imagen del posible yerno sometido a los pulgares de D. Cecilio.
      -Es que no entiendo cómo no me percaté de que no hay idea más absurda que dedicarle una imagen a Dimas. ¿El Buen Ladrón? ¿Dónde se ha visto patochada semejante? ¿Y es que acaso no disponen ya las cofradías de esta mojigatísima ciudad de docenas o centenares o millones de santos que sacar a pasear por las calles durante la famosa semana de abril que muchos siguen llamando "de pasión"? ¿No les parece suficiente tedio con la retahíla de vírgenes, eccehomos, nazarenos y resucitados? ¿A qué viene esa insistencia en disponer de un Dimas suplicante al que castigar con mi rostro y mi figura? ¿Quizá para facilitar el escarnio de mis conciudadanos?
      Todas estas cosas y más que pueden imaginar son las que pasan por la atormentada mente del poeta Valín. Se las dirá mañana mismo a su novia, con aplomo y sin diplomacia, con arrojo y sin concesiones. No está dispuesto a que se burlen de él, no permitirá que siga adelante la mofa disfrazada de Dimas, no consentirá que D. Cecilio Nanclares le vuelva a rozar la piel. Todo eso será mañana porque hoy, ya lo ven, Norberto Valín se duerme, se le cierran los ojitos, ya se durmió. Más que un crucificado, parece un rubicundo angelito.

lunes, 20 de febrero de 2012

La prueba

      Don Cecilio Nanclares trabaja prácticamente a oscuras. La austeridad de su taller, un local estrecho de unos cincuenta metros cuadrados, es casi aceptable; lo que resulta escandaloso es la baja temperatura, un verdadero castigo para el ser humano cuarentón que se ve obligado, por exigencias de la tradición, a despojarse de sus vestiduras (una palabra bíblica y ejemplar; todo lo contrario sería que dijéramos "ropa", que sonaría pornográfico a los limpios oídos de la mayoría de ustedes). El que se libra del atuendo y al cabo se desnuda es Norberto Valín en persona, poeta de mérito y ciudadano de compromiso, hoy algo melancólico por culpa de unos ínfimos granitos sonrosados que le han salido en el pecho, ya es mala suerte, justo en el instante en que debe prescindir de camiseta y mostrar su tórax a los ojos curiosos del escultor. Por fortuna D. Cecilio, que roza ya la santidad, no goza de buena vista ni necesita grandes flexos. Su arte, que recibió elogios de obispos, se basa casi exclusivamente en el tacto.
      -No es preciso -afirma Nanclares- acribilllarlo a usted a fogonazos de luz. Me basta con que me permita tocar su cuerpo. Hay gente, sobre todo señoras de cierta edad, a la que le resulta desagradable mi técnica creativa, pero puedo asegurarle que no hay nada en ella de impúdico o retorcido. Las manos del escultor son su herramienta de trabajo; de ahí que deba utilizarlas todo el tiempo, de ahí que ahora recorra con ellas su cuello y las haga descender a los hombros, muy despacio, de ahí que me entretenga en sus escasos biceps y dedique varios minutos a calcular las formas y dimensiones de sus dedos. No me lo tome a mal, piense que también las señoras de cierta edad se acaban acostumbrando. Alguna incluso me ha confesado que... Pero relájese, no haga caso a mis seniles anécdotas. Noto que su piel se eriza y no quisiera yo causarle la menor turbación. Reconozco que hace un poco de frío, me lo han dicho varias personas, pero le revelaré que hace casi diez años que decidí retirar la estufa de butano: la gente se asustaba al ver la bombona.
      Valín ha elegido para la sesión escultórica unos calzoncillos negros con dragón verde, estilo slip. Es la única prenda que lleva puesta en el momento en que Don Cecilio le pide que levante los brazos al cielo y aguante la postura durante al menos cinco minutos.
      -Recuerde que a Dimas, el ladrón llamado bueno, lo conocemos únicamente por el momento en que comparte crucifixión con Jesucristo Nuestro Señor. Nada sabemos con certeza de su vida anterior; nos limitamos a suponer que su condena a muerte era el justo pago con que se castigaba una buena colección de delitos y fechorías. En realidad, no habría nada en este personaje de histórico si no fuera por su iluminación final, ese instante de raciocinio extremo en el que se dirigió con respeto al Hijo de Dios y le pidió perdón por su pecados.
      -Todo eso está muy bien -interviene Valín-, pero repare en que sigo desnudo, tengo los brazos en alto y este local suyo no es precisamente el más acogedor y cálido del mundo. Siempre es un placer escuchar su relato, señor Nanclares, pero tal vez me sea de mayor provecho en otra ocasión, quién sabe si sentado y con alguna hoguera no muy lejana.
      -No se queje, Valín, recuerde que nos une la misión de retratar a un sufriente moribundo, no a un risueño auxiliar administrativo. Nos conviene que se halle incómodo y molesto; es justo lo que necesitamos para que nuestro Dimas aspire a una cierta verosimilitud.

lunes, 13 de febrero de 2012

El ensayo

      Al anochecer, después de haberse despedido hasta el día siguiente de su novia y del mundo en general, Norberto Valín, solo en su domicilio, sube la calefacción hasta los 23 grados centígrados que recomienda el Ministerio de Industria. Es un buen momento para comer media docena de mandarinas, un vicio confesable del que se siente raramente orgulloso. Asimismo, es la hora ideal para escuchar los servicios informativos de Radio Nacional de España y, al mismo tiempo, colgar en el armario, con mucho orden y simetría, la ropa usada a lo largo de la jornada, con excepción de aquella que, por su vida peligrosa e interior, necesita ya un tránsito por la lavadora. Es el instante adecuado para rebuscar entre la colección de pijamas, todos clásicos, y elegir uno cálido y confortable. Valín experimenta en estas rutinas un extraño placer doméstico: le parece hermoso saberse occidental, le resulta gratificante tener un puesto de trabajo por el que le retribuyen una austera pero honrada nómina, le reconforta recordar que bajo su apariencia casi invisible se esconde un poeta premiado, es más, un poeta premiado que apenas unas horas antes ha conseguido culminar con cierto éxito una apacible cópula.
      Le inquieta, en cambio, la misión que le aguarda al día siguiente. A las diez y media de la mañana, en una breve ausencia laboral para la que deberá pedir permiso al presidente del Ateneo, debe acudir al estudio del prestigioso ciudadano Cecilio Nanclares, seguramente el escultor más renombrado de la provincia. Según la decisión del empresario pirotécnico Del Casar, padre de Margarita, Nanclares es el elegido para elaborar la nueva talla de Semana Santa, aquella que, por su osadía y brillantez, debe reafirmar aún más la fama que poseen en el mundo entero las procesiones de esta ciudad. En la creación que ahora se pretende, el cuerpo de Valín debe ser modelo para la imagen de Dimas, el Buen Ladrón, al que se representará, como es tradicional, ya crucificado pero todavía no moribundo, suplicante y devoto en la conversación con su compañero de Calvario, Jesús de Nazaret. Con la natural modestia que caracteriza a casi todos los constructores de versos, el presunto yerno Norberto no se siente capacitado para el cometido que le han encargado. Ante el espejo, apartando levemente algunas partes del pijama que acaba de ponerse, confirma que su abdomen y su pecho son abundantes y demasiado blancos, sus brazos estrechos, sus piernas algo irregulares. Y sí, aunque acepta que no hay ningún testimonio histórico que dibuje a Dimas como un individuo de líneas apolíneas, le parece cada vez más inverosímil que su cuerpo fofo y levemente franquista pueda asemejarse al de un delincuente judío del año 33. Su rostro no posee fiereza ni rotundidad, su mandíbula no muestra la determinación necesaria, su nariz es casi irrelevante. ¿Cómo puede un hombre así hacerse pasar por un personaje bíblico tan conocido? El espejo no responde, pero persisten las dudas de Valín: ¿No será esta misión, tan grotesca y fuera de lo común, una especie de bienvenida chusca por parte de su eventual suegro? ¿No se estará burlando, desde su condición regia de empresario mutilado, del pergeñador de versos que calienta el lecho de su hija? Y, ya metidos en reflexiones: ¿No es el papel de Dimas uno de los más ridículos y dignos de mofa de toda la Historia Sagrada?